En
1820,
cerca de Paleo Castro, la principal población de la isla de Milo (la
antigua Melos de los griegos), en el archipiélago de las Cíclades,
vivía un campesino llamado Yórgos Kendrotás. Un día, mientras
trabajaba su tierra, encontró una estatua de mármol en dos piezas
que representaba a la diosa Afrodita (la Venus romana). Admirado de
su belleza, la conservó en su casa durante algún tiempo, rechazando
cuantas ofertas y reclamaciones recibía. Pero un día decidió
venderla, se puso en contacto con un clérigo y este a su vez con un
oficial francés, Jules Dumont, con la intención de que la sacara de
la isla, impidiendo que cayese así en manos turcas. Mientras tanto,
los conciudadanos de Kendrotás decidieron regalársela al príncipe
turco Morousi, que gobernaba por entonces la isla en representación
del pachá otomano.
Según algunos relatos contemporáneos, en el mismo instante en que los
ciudadanos de Milo iban a embarcarla con destino al palacio del
príncipe, los componentes de la expedición francesa que llevaban
mucho tiempo tratando de hacerse con la bella estatua, sorprendieron
la maniobra, entablándose entre ambos grupos una batalla campal por
la posesión de la ya conocida como Venus de Milo. Algunos relatos no
totalmente comprobados añaden que, en el curso de la trifulca, la
estatua se golpeó contra el suelo del embarcadero, rompiéndose los
dos brazos. Finalmente, los franceses, más numerosos o más
aguerridos, se hicieron con el trofeo, escapando del lugar, y
llevándosela a París, donde se la entregaron al rey Luis XVIII,
quien la donó al Museo del Louvre, donde aún sigue hoy. Sin
embargo, en su precipitada huida, los franceses abandonaron los
brazos de Venus en la playa. Según este mismo relato, aquellos
brazos fueron recogidos por los turcos y permanecen enterrados en
paradero desconocido.
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