El
ornitorrinco (Ornithorhynchus anatinus) es
un verdadero jeroglífico
zoológico,
un compendio de rasgos de otros animales tan curioso que, cuando
llegó el primer ejemplar (muerto) a Gran Bretaña, los científicos
pensaron que era un fraude científico, una especie de rompecabezas
montado con distintas partes de otros animales. El primer ejemplar
llegó a Europa en 1799, enviado desde Australia por el capitán John
Hunter al profesor George Shaw (1751-1813), del Museo de Historia
Natural de Londres. Curiosamente, lo primero que hizo este nada más
desempaquetarlo, fue tratar de descoser el pico y las patas ante su
sospecha de que se trataba de la burda falsificación de un
taxidermista.
Hoy,
aquel ejemplar, que se guarda en el Museo de Historia Natural de
Londres, aún conserva las marcas de las tijeras con que se trató de
«descoserle» el pico. Pero, aún después de verificar la
autenticidad de la piel, la paradoja del ornitorrinco no había hecho
más que empezar. Los científicos se mostraron atónitos ante las
características de aquel animal que incumplía todas las leyes de la
evolución y todos los principios taxonómicos conocidos.
Se
trataba de un mamífero sin pezones (la leche rezuma por unas
aberturas porosas en el abdomen), con piel de nutria, cola de castor,
pico y patas de pato y espolones venenosos de gallo de pelea. Por si
fuera poco, algunos testimonios hablaban de que ponía huevos, lo que
dio pie enseguida a una auténtica carrera científica por verificar
o desmentir in situ tal afirmación. Por fin, en 1884, William
Caldwell, un doctorando en zoología, que acampaba cerca del río
Burneo, en el norte de la región australiana de Queensland, vio a
una hembra de ornitorrinco poniendo un huevo. De inmediato, corrió a
la oficina de telégrafos más cercana para enviar a Londres el
críptico mensaje: «Monotremas ovíparos, óvulo meroblástico».
No hay comentarios.:
Publicar un comentario