jueves, 12 de mayo de 2016

El café y la Realeza

El Rey Gustavo III de Suecia (1746-1792), era un convencido de que el café era venenoso. En cierta ocasión condenó a un criminal a tomarlo todos los días, mientras otro reo bebía solamente té, para que una comisión médica nombrada al efecto demostrase que, tomados ambos a dosis diarias, este era beneficioso, mientras aquel era mortal. Sin embargo, según cuenta la historia, el experimento nunca pudo ser llevado a término: primero murieron los médicos de la comisión, después fue el rey quien falleció (víctima de un atentado), a continuación murió a los ochenta y tres años el reo condenado a beber té y finalmente el bebedor de café.

Por otra parte, un gran bebedor de café fue su coetáneo, el rey Federico II el Grande de Prusia (1712-1786), que solía tomar grandes dosis de esta bebida, aunque preparada con champán en vez de con agua. Menos sofisticado en sus gustos, pero también mucho más constante y enardecido fue el sabio francés François Marie Arouet (1694-1778), más conocido como Voltaire, del que se dice que era tan aficionado a él que bebió unas cincuenta tazas al día durante toda su vida de adulto, que por cierto duró hasta los ochenta y cinco años de edad. No sería raro pensar que si alguien le hubiera prohibido tomarlo hubiese reaccionado como el sultán otomano Selim I (1467-1520), del que se cuenta que hizo colgar a dos médicos por aconsejarle que dejara de tomar café.

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