jueves, 12 de mayo de 2016

La batalla por la Venus de Milo

En 1820, cerca de Paleo Castro, la principal población de la isla de Milo (la antigua Melos de los griegos), en el archipiélago de las Cíclades, vivía un campesino llamado Yórgos Kendrotás. Un día, mientras trabajaba su tierra, encontró una estatua de mármol en dos piezas que representaba a la diosa Afrodita (la Venus romana). Admirado de su belleza, la conservó en su casa durante algún tiempo, rechazando cuantas ofertas y reclamaciones recibía. Pero un día decidió venderla, se puso en contacto con un clérigo y este a su vez con un oficial francés, Jules Dumont, con la intención de que la sacara de la isla, impidiendo que cayese así en manos turcas. Mientras tanto, los conciudadanos de Kendrotás decidieron regalársela al príncipe turco Morousi, que gobernaba por entonces la isla en representación del pachá otomano.


Según algunos relatos contemporáneos, en el mismo instante en que los ciudadanos de Milo iban a embarcarla con destino al palacio del príncipe, los componentes de la expedición francesa que llevaban mucho tiempo tratando de hacerse con la bella estatua, sorprendieron la maniobra, entablándose entre ambos grupos una batalla campal por la posesión de la ya conocida como Venus de Milo. Algunos relatos no totalmente comprobados añaden que, en el curso de la trifulca, la estatua se golpeó contra el suelo del embarcadero, rompiéndose los dos brazos. Finalmente, los franceses, más numerosos o más aguerridos, se hicieron con el trofeo, escapando del lugar, y llevándosela a París, donde se la entregaron al rey Luis XVIII, quien la donó al Museo del Louvre, donde aún sigue hoy. Sin embargo, en su precipitada huida, los franceses abandonaron los brazos de Venus en la playa. Según este mismo relato, aquellos brazos fueron recogidos por los turcos y permanecen enterrados en paradero desconocido.